Amor de yerba

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Desde que tenemos 17 años mis amigos y yo nos juntamos todos los sábados a las seis de la tarde a tomar mate. Si hace calor siempre nos juntamos en la rambla o en el Parque Rodó y si hace frío vamos rotando por las casas de cada uno.

Hoy tenemos 25 y desde que empezamos con las rondas de mate, cada sábado aparece un integrante nuevo, un amigo de un amigo, un primo, un hermano, en fin, siempre un alma nueva que se acerca y participa de la ronda.

Hace seis meses apareció él, Juan, el primo de una amiga. En seis meses no faltó ni un sábado a la ronda. Y la verdad que desde que apareció, las rondas se han vuelto un lugar para la discusión, ah sí, discutimos por todo, política, arte, religión, todo. Mientras él y yo discutimos, los demás parecen divertirse y hasta apuestan a ver quién gana la discusión del sábado.

Un sábado, la discusión venía fuerte y ninguno de los dos quería dar el brazo a torcer, mientras tanto el mate iba y venía de un lado a otro, de una mano a otra, y claro, como siempre, nuestros amigos muertos de risa viendo lo enajenados que estábamos. Entonces pasó lo impensable, o bueno, lo impensable para mí porque luego de hablarlo con mis amigos parece que era algo obvio. En un momento de la discusión Juan se quedó callado, me miró, se sonrió y entonces ahí lo soltó:

– Pará, todos los días discutimos por algo y nunca estamos de acuerdo, si coincidimos en lo siguiente que te voy a preguntar, te invito a cenar.

Hizo una pausa mínima para respirar y me preguntó:

– ¿Qué yerba comprás para preparar tu mate?

Yo lo miré como diciendo “¿de qué hablás?”, entonces con mi mejor cara de superada, pensando en que seguro íbamos a discutir por esto también cuando le diera mi respuesta, le dije:

– Yerba Sara.

Al escuchar mi respuesta, él, serio y sin dejar de mirarme se quedó callado, no sé, habrán sido unos segundos, y entonces se sonrió y me dijo:

– Yo elijo el lugar, ¿te parece?

Me reí y le dije:

– No, yo elijo el lugar.

A partir de esa cena nos convertimos en novios, y aunque seguimos discutiendo casi que por todo, lo disfrutamos y nos encanta, porque así fue como nos conocimos y así aprendimos a querernos. Pero hay una cosa en la que siempre estamos de acuerdo y que también nos encanta: nuestra yerba.

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